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“Quédate conmigo”, la respuesta que marcó el inicio de la vocación sacerdotal de Jesús Márquez Piñero

El próximo 18 de julio, Jesús recibirá el Orden sacerdotal en la Catedral de Murcia, junto a Juan Pablo Palao, Joaquín Conesa y David Flor de Lis

Nacido en Ceuta e hijo de un comandante del Ejército de Tierra, la vida de Jesús José Márquez Piñero siempre ha estado muy vinculada a Murcia. La primera vez que destinaron a su padre a esta ciudad fue cuando Jesús tenía 6 años, repitiendo destino cuando cumplió los 14. Acostumbrado a hacer la maleta por los traslados laborales de su familia, Jesús tenía claro que quería ser militar, preparó la oposición para acceder a la Academia General Militar y aprobó, pero sin plaza. “Empaté por puntos y, al ser el padre del otro aspirante de mayor rango que el mío, me quedé fuera”. Entonces, Jesús volvió a Murcia para continuar estudiando y se matriculó en Derecho. Durante los veranos, comenzó a trabajar como auxiliar administrativo en empresas relacionadas con el sector de la construcción, una situación que hizo que abandonara sus estudios para dedicarse plenamente al mundo laboral, ascendiendo con el tiempo hasta llegar a ser jefe de administración y responsable de delegación. “En mi puesto de trabajo me sentía el ombligo de la empresa, con mucha conexión tanto con los clientes como con todos los empleados”, destaca. Un trabajo, recuerda, que a veces se desarrollaba “en un entorno duro en el que no existía la caridad” y en el que sufría con alguna de sus responsabilidades, como cuando tenía que despedir a los trabajadores. “No me habían educado para eso, ni yo quería ser así, sin tener en cuenta a las familias a las que afectaban esos cambios”.

Entre Murcia y Valencia, ocupó importantes puestos de trabajo en diferentes empresas, en la última de ellas le propusieron un nuevo proyecto para el que tenía que elegir entre tres destinos: México, Marruecos o Qatar. Jesús debía tomar una decisión determinante para su futuro. Al salir de su oficina en Picasent (Valencia), para hacer unas gestiones, se perdió por las calles y acabó en la plaza de la iglesia. “Nunca había perdido la fe y en mi maleta, desde pequeño, siempre llevaba una Biblia, aunque no estaba vinculado a ninguna parroquia”. Por impulso, entró al templo y se puso delante del sagrario para preguntarle a Dios cuál era la mejor opción de entre los destinos que le habían propuesto. “Quédate conmigo” fue la respuesta que obtuvo a su gran interrogante. A la semana siguiente volvió para repetir la pregunta y la respuesta fue la misma. En casa siempre habían tenido la figura del sacerdote como una persona de referencia, pero Jesús nunca se había planteado serlo.

Tras más de 20 años de trabajo en oficina decidió tomarse un año sabático y se marchó a su casa en Abarán para reflexionar acerca de su vocación. “Durante ese tiempo marqué millones de veces el teléfono del Seminario Mayor San Fulgencio, pero nunca dejaba que diese el primer tono y colgaba”. Hasta que un día se decidió a llamar para hablar con el rector. Para su sorpresa, descolgó el teléfono un seminarista que atendió su llamada y ambos charlaron sobre sus parecidas experiencias. “Ese sentimiento de quédate conmigo empezaba a tomar forma”. El rector del seminario le recibió “con mucha familiaridad” y le propuso hacer el preseminario. “Hacía mucho tiempo que yo no estudiaba y eso me frenaba un poco, pero tuve el ejemplo de todos los compañeros, que me dieron testimonio de que este podía ser mi sitio. Me sorprendió gratamente conocer la vida de los seminaristas, sus historias y la formación académica de cada uno de ellos”. Después de unos meses, el rector le propuso pasar al primer curso, pero Jesús prefirió “dar bien los pasos”, con la seguridad de estar haciendo todo de la mejor manera posible. “Esto me pareció suficientemente serio como para hacerlo con mucha paz y tranquilidad. El preseminario es fantástico porque te encuentras con Dios, con tu Iglesia y te permite conocer mejor tu diócesis”.

Reconoce que, al principio, su paso por el seminario le resultó complicado porque, aunque creció en un entorno militar, le costó adaptarse a las normas, ya que pasaba de ser el jefe a tener que obedecer con humildad. “En el seminario aprendes muchas cosas, pero lo que queda es que Dios forma parte de tu vida”.

Su diaconado empezó en el mes de diciembre y reconoce que ha sido un periodo corto, pero en el que ha podido aprender y entender “qué es un sacerdote”, gracias a José Antonio Abellán, párroco de La Purísima de Yecla, al que ha tenido como referente durante esta etapa. “Me siento muy afortunado por haber podido aprender de él, con la seriedad que conlleva, la tolerancia y la responsabilidad, sabiendo estar en mi sitio”. Al principio, cuando supo en qué parroquia sería diácono, debido a la distancia y por la situación de salud de su padre, pensó en lo difícil que sería, pero en el seminario ha aprendido a abandonarse en la confianza de Dios.

Para Jesús, que ya ha cumplido 53 años, las vocaciones a esta edad son “especialmente significativas porque combinan la experiencia de la vida con la ilusión del inicio del sacerdocio”.

Ante su próxima ordenación sacerdotal se muestra tranquilo y con la seguridad de dar un paso importante en su vida, y a la vez, “muy emocionado”. Cuando reciba el Orden sacerdotal tiene claro que lo hará desde la responsabilidad y con el objetivo de permanecer pendiente del que tiene enfrente. También pretende que su sacerdocio se vea reflejado en la cruz, “no como resignación, sino como forma de vida, intentando mejorar allá por donde pase y siempre teniéndola como referencia”.

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