El Colegio de la Abogacía de Murcia ha entregado el primer premio del Certamen de Relatos "Las voces de la abogacía", conmemorativos del Día Internacional de la Mujer 2025, a la abogada, Rosario Bayona. Dada la calidad de los textos entregados en esta primera edición, el colegiado, Jesús Pérez, ha obtenido un Accésit.
En el mismo acto, se han otorgado los Premios, también en su primera edición, con motivo del 8M, bajo el lema "Mujeres que Inspiran", a la conocida abogada y periodista Rosa Belmonte (colegiada desde 1991), y a la prestigiosa letrada Ana Ros, con 41 años de ejercicio profesional.
La decana de ICAMUR, Maravillas Hernández, ha felicitado a todos los galardonados porque representan con sus trayectorias profesionales, y con los trabajos presentados, el talento de los profesionales de la Abogacía, con mayúsculas.
RELATO GANADOR (Rosario Bayona)
HOY ME MIRO AL ESPEJO… Hoy me miro al espejo … y compruebo que, al menos hoy, no me han salido canas. Ni siquiera unas pocas, esas que podrían servirme para negociar una solución extrajudicial en el despacho de mi compañero, con 20 años de experiencia profesional más que yo. Soy mujer, joven y abogada con experiencia de apenas unos días, pues acabo de comenzar el ejercicio con mucha ilusión, pero con un mar de dudas e inseguridades. Soy mujer me recuerdo. Y claro que puedo… claro que puedo hacerme escuchar, hacerme respetar. Repaso toda la documentación y me aferro a la jurisprudencia de última hora, mi único salvavidas, pues carezco todavía de criterio propio y herramientas que tan solo el tiempo concede. Y vuelvo a mirarme al espejo, me guiño un ojo, intento generarme esa confianza que necesito antes de esa reunión. No sé …si ésta sigue siendo una profesión de hombres, reservada para ellos, como suele decirme mi abuela cuando me ve los domingos, y pienso quizás y tan solo quizás en otros tiempos tuviera razón. Hoy llevo tacones. Me elevan unos centímetros, en altura y en confianza. No quiero llegar tarde.
Hoy me miro al espejo… y me pongo los tacones, me pongo el carmín rojo y el brillo de labios que tanto me gusta y me enfundo en ese traje de chaqueta de Armani que, por fin, podré desgravarme. Y todo ello, gracias a la proeza de un abogado, que consiguió deducirse la corbata y el traje de chaqueta como indumentaria formal ligada a la profesión. Y pienso… por fin podré incluir estos tacones también, pues después de todo, solo me subo a ellos en el ejercicio de mi profesión… y, de vez en cuando, algún fin de semana. Pero solo de vez en cuando. Me observo en el espejo. Son tan bonitos. Tan imponentes. Tacones que me elevan, que forman parte de mi indumentaria formal, de mi armadura. Llego al despacho y todos lo saben: hoy hay juicio. Debo pisar fuerte. Desde las alturas a las que yo misma me he subido. Y luego, cuando todo acabe, bajar. No quiero llegar tarde.
Hoy me miro al espejo … y ya no lloro, me veo reflejada en mi compañera de despacho. Ha tomado un café en casa y ha salido rumbo a un juicio con las náuseas propias del embarazo. Yo, en cambio, solo pienso en sobrevivir. Apenas he dormido. He pasado la noche amamantando al tesoro de mi vida y repasando, entre susurros y desvelos, las últimas notas del juicio que tengo señalado esta mañana. Un interdicto para recuperar la posesión que me trae de cabeza desde hace semanas. Solo espero recuperar esa finca para mi cliente sin perder la cabeza en el intento. Y, sobre todo, no dormirme en la sala de vistas. He pasado mala noche, no me encuentro bien ni con fuerzas, pero no tengo motivo legal para suspenderlo. Me invade la sensación de no estar en ninguna parte y al mismo tiempo de estar en todos lados a la vez. De no hacer bien mi trabajo. De fallar. Me llego a culpabilizar y flagelar sintiendo que no soy buena madre, pues debería pasar más tiempo con mi bebé. En ese momento, lo cojo en brazos lo abrazo fuertemente invadiéndome de su olor y miro sus ojos, ¡es tan pequeño!, tan pequeño y ya comprende que mamá se va. Que viene la "yaya" a cuidarlo. "Mamá, lo estás haciendo bien", me dice en cada mirada, en cada sonrisa. "Lucha, mamá. Tú puedes". Y me voy, sin mirarme al espejo esta vez; porque el reflejo en los ojos de mi hijo ha sido más que suficiente para intentarlo un día más. No quiero llegar tarde.
Hoy me miro al espejo y me pongo la toga, esa que elijo con sumo cuidado del armario donde reposan momentáneamente las togas que compartimos todos los que ejercemos esta profesión sin distinción; eso sí, dejando a salvo las tallas que vienen a condicionarnos en su uso. Va impregnada de esfuerzo. Y hoy, huele a mujer. Huele a rosas y azahar, a madre, a hija, a esposa. A heroína anónima. Huele a contable y a psicóloga, a humildad, a noches de insomnio y lactancia.
Me reconforta llevarla. Me reconforta saber que la comparto con tantas que vinieron antes. Hoy, algo de ellas cobra vida en mí, y al mirarme en el espejo, mis inseguridades se desvanecen. No quiero llegar tarde. Hoy me miro al espejo…, hace tantos años que me puse la toga por primera vez…, hoy no fluye la tinta en mi antigua pluma, como antaño solía hacerlo, pero huelo a rosas y azahar. A medio día tengo una reunión con un abogado joven, muy joven eso lo sé por su número de colegiado. Y, sin embargo, estoy convencida que estará tan preparado o más que yo, y veo mis canas y sonrío, y solo pienso: ¿me dará tiempo a quitármelas antes de la reunión? Hoy tampoco quiero llegar tarde.
Dedicatoria:
Porque… como decía mi abuela, "de ningún cobarde se escribe nada", este es un tributo a las mujeres valientes que han hecho de su vocación una forma de vida, mujeres juristas que quizás no se miren al espejo, pero que, sin decir una palabra, se reconocen en otras; mujeres que sin hacer ruido se han integrado en una profesión creada por hombres y dominada en número por mujeres, para las mujeres abogadas, procuradoras, jueces y magistradas, fiscales, que ejercen su profesión con aroma a rosas y azahar. Bravo por ellas.