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El tenor que buscaba el éxito y encontró a Dios entre sus partituras

Durante el mes de septiembre cinco jóvenes se ordenarán sacerdotes en la Diócesis de Cartagena, el primero será Eduardo Pérez Orenes.

El próximo sábado, a las 11:00 horas, la iglesia parroquial de Nuestra Señora de Cortes de Nonduermas (Murcia) acogerá la ordenación sacerdotal de Eduardo Pérez Orenes, un cantante lírico que hace unos años decidió dar un giro a su vida para seguir los pasos de Jesucristo.

La historia vocacional de este murciano de la Ermita de Burgos está íntimamente relacionada con su conversión. «No he crecido en una familia de fe, pero me bautizaron e hice la primera comunión; después no volví a la Iglesia hasta los 23 años», afirma. Su primera vocación fue el canto, comenzando los estudios en el conservatorio superior de Murcia y llegando a participar hasta en doce coros a la vez. Asegura que lo que más le gustaba era cantar, sobre todo música sacra, antigua, gregoriano, «no iba a la iglesia por fe, pero sí a dar conciertos». Así despertó en él un sentimiento ya que «lo más bello que cantaba se magnificaba cuando estaba en el contexto». Las celebraciones litúrgicas le parecían «una cosa espléndida» y durante sus actuaciones en los templos solo deseaba que lo que estaba cantando se convirtiera en una expresión real, donde toda la belleza de los textos se hiciera vida en él: «Fue un anhelo aquello que yo sentía, pero, evidentemente, la fe es un regalo».

Continuaba su vida de artista, llena de viajes, extravagancias y triunfos. Circunstancias que le alejaban de aquella vida amable en la huerta en la que se había criado, mientras solo vivía para su éxito: «Siempre estaba aspirando a algo más y, cuando el corazón se te vuelve tan ambicioso, todo y todos se convierten en herramientas para seguir consiguiendo más de lo que ya tienes. Todo tenía que girar en torno a mí y a mi carrera exitosa, el prestigio y la fama. Ya no quería a nadie y no era capaz de ver que ese estilo de vida me podría dejar solo. Unos buenos amigos me salvaron de mi egoísmo».

Llegó a sus manos un libro que le hizo comprender que todo lo que él amaba estaba en un mismo lugar. Una vida de amabilidad y cercanía que no había sentido en otros sitios en los que había estado con sus conciertos. «Cuando uno sale necesita volver a sus raíces. Para mí fue un shock darme cuenta de que esa manera de vivir en el amor y lo mejor de la humanidad lo había dado la Iglesia, como una madre que da lo mejor a sus hijos», recuerda. A través del arte, la música y los textos pudo descubrir lo que sentía por la Iglesia a la que hasta ahora había dado la espalda. Decidió retomar las catequesis y se confirmó. Con su conversión terminó dedicando más tiempo a la oración y a hablar con otros sobre la fe que al canto. «Hasta entonces, en mi entorno nadie me había hablado de Dios y yo tenía sed de descubrir más». Surgieron entonces inquietudes acerca de su verdadera vocación planteándose consagrar su vida.

Mientras terminaba el Grado en Canto, Eduardo llegó al seminario para poner en orden sus ideas y nada más llegar sintió que sin duda ese era su sitio. «Vi que este era el mejor lugar donde poner al servicio de los demás, como sacerdote, los dones que Dios me había dado». Allí encontró un grupo de referencia, chicos jóvenes con las mismas inquietudes que él. Destaca que durante su formación ha podido descubrir su deseo de amar a los demás desde lo cotidiano y la importancia de estar cercano a los problemas de otros.

En su etapa de diaconado ha estado sirviendo en la parroquia de El Salvador de Caravaca de la Cruz. Para su ordenación sacerdotal, el próximo 10 de septiembre, ha elegido un versículo del Evangelio según san Juan: «Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos» (Jn 15,13). Esta elección –cuenta– se debe a que desde que entró al seminario, ha sentido una llamada a que su vida sea ofrecida por todos los que no creen en su entorno, por todos aquellos que aún no han descubierto la fe.

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