Un joven que dejó de ser detective privado para ser sacerdote
Blas Damián López González será ordenado sacerdote este domingo, 16 de julio, a las 19:00 horas, en la parroquia de San Benito de Murcia. Una celebración que estará presidida por el Obispo de la Diócesis de Cartagena, Mons. José Manuel Lorca Planes. Será la última de las ordenaciones sacerdotales de este curso. El lunes 17, a las 20:00 horas, en el mismo templo, Blas celebrará su primera misa de acción de gracias por su ministerio sacerdotal.
En su testimonio vocacional, Blas comienza dando gracias a su familia a la que, tal como él mismo asegura, debe su “ser cristiano y el descubrimiento de la vocación sacerdotal”. Desde niño fueron sus padres quienes le acercaron a Dios y le acompañaron en el camino de la fe. “Me mostraron con su vida lo que es amar, la alegría y el compromiso que ello comporta”, asegura. Aunque en la adolescencia todo pareciera desvanecerse por su parte…
Estudió Criminología donde, según él, “buscaba recursos para aliviar las vidas truncadas por la pobreza, la droga, el crimen…”. Con 23 años se fue a Barcelona para trabajar en la investigación privada, como detective, a la vez que mantenía una relación con una chica, con la que quería formar una familia cristiana. “Así me encontré con una vida –cuenta– que a los ojos del mundo era perfecta: un gran sueldo, una vida material bien cubierta y una novia genial”. Pero para él no todo era tan perfecto.
Su madre, que en aquel momento luchaba contra un cáncer, le solía regalar libros de vidas de santos, algo que él leía con gusto y que le golpeaba interiormente, “ante el ejemplo de estas vidas quedaba admirado y lleno de buenos deseos”. Al igual que le ocurría cuando, de vez en cuando, acudía a la Eucaristía, donde se sentía interpelado por el sacerdote.
“Un día, después de varios años, el Señor por su misericordia me abrió los ojos y me mostró la verdad de mi vida”, cuenta Blas. Fue el momento de iniciar el cambio. Tenía el deseo de vivir una vida coherente como cristiano. Comenzó a ir más a la parroquia, a hacer voluntariado, a involucrarse en grupos de gente joven comprometida y entregada a Dios.
“El trabajo en el que estaba –explica– es cierto que es un trabajo en el que sacas la verdad a la luz, pero sacas también lo peor de la gente y además trabajas para los más ricos. Y yo decía: ‘¿quién soy yo para desvelar las miserias de nadie ni las verdades de nadie?’”.
En la oración le pedía a Dios que le guiara para poner su vida de cara a Él. En ese proceso de discernimiento no se sintió en ningún momento solo, pues “aparte de sacerdotes, que nunca faltaron, he de destacar dos personas: mi madre, que siempre me alentaba a vivir mirando al cielo, y mi tía Loli, religiosa Hija del Corazón de María, la cual guio mi alma”.
Con el tiempo, a los 30 años, dejó a la chica con la que salía, el trabajo y regresó a Murcia. Comenzó a estudiar Teología, porque quería conocer más sobre todo eso que sentía, y se involucró en acciones de voluntariado con los más pobres. Además, su madre enferma y su familia fueron el centro de su día a día.
Buscaba cuál era su sitio, a qué le estaba llamando Dios, hasta que fue un primer jueves de mes a una de las vigilias de oración por las vocaciones en el Seminario San Fulgencio. “En esa oración me sentí interpelado por Cristo Eucaristía y sentí la invitación a amasar mi vida con la Suya en el altar”.
Hace cuatro años entró en el Seminario, un tiempo muy intenso en el que se ha sentido muy acompañado por sus compañeros, que ante la grave enfermedad de su madre, rezaban por ella y le apoyaron siempre; así como los formadores y el rector. A sus 36 años lo tiene muy claro, esta es su vocación y su vida, pero en estos cuatro años de formación, no le han faltado dudas y tentaciones, pero también confianza y abandono en el Señor.
Durante el diaconado ha estado en la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción de Molina de Segura, donde ha administrado sus primeros sacramentos, que le han reforzado aún más: “Ver cómo puedo ser instrumento de Dios para aquellos que han pasado por mi vida es una alegría grande, de introducir a la gente en el Pueblo de Dios. Pero ante todo, me siento mero intermediario. En mi pequeñez, el Señor se sirve, acompañando a la gente en la alegría de los bautizos y las bodas, y en el sufrimiento de los entierros, y ver cómo el Señor da su gracia para poder consolar, poder aliviar y poder estar al lado de la gente que sufre”.
Blas recuerda el primer día de Seminario como un día muy especial, pues toda su familia le acompañó y su madre escribió en su diario: ‘Llevamos al novio a la boda’. “El próximo 16 de julio hará tres años que ella falleció, y ese día seré ordenado sacerdote, vocación recibida como fruto de la gracia de Dios y como fruto de la vida entregada de unos padres”.