Por primera vez en la historia entrarán en armónica concertación el ‘instrumento’ más representativo del pasado siglo, el motor de explosión en muchas de sus variantes y los elementos más singulares de la tradición sonora del antiguo Reino de Murcia: tambores (de Hellín, Mula y Agramón), metales y voces humanas, es decir, la piel, el mineral y lo racional.
Durante una hora, los cuatro carriles de la calle estarán ocupados por otras tantas líneas de vehículos. Las dos líneas centrales se reservarán para vehículos estacionados o fijos, es decir para las manifestaciones usuales de la vida cotidiana: coches de época, autobuses, camiones de basura, de limpieza viaria y turismos privados.
Los otros dos serán para los vehículos móviles: Bomberos, Policía Local y Nacional, Guardia Civil, Protección Civil y ambulancias que harán uso de sus cláxones y luces, al igual que los estacionados, como de sus privativas sirenas de alarma. Girarán en sentido contrario a las agujas del reloj, el ascendente, para visualizar el eje que vertebrará los tres niveles de intervención musical: suelo, entresuelo y cielo, lo mismo que inmortalizó Belluga en su célebre frase al tomar posesión de la Diócesis de Cartagena.
Grupos de coros y metales, desde diversas alturas a lo largo de la calle, manifestarán su presencia a intervalos previstos por el compositor.
Bicicletas y patinadores, a modo de ‘orugas’ y ‘libélulas’, con su libertad y sutileza, servirán de contraste a la mecánica rotundidad de los motores.
Y sumándose a esto, y por encima de todo, poblarán el aire ráfagas secuenciadas de silbidos y pirotecnia que culminarán en cuatro minutos finales de ininterrumpidas series de carcasas en rojo, ámbar y verde (colores universalmente asignados a los semáforos que rigen el tráfico) que, desde el Puente Viejo y con restringido alumbrado público a lo largo de la calle para dar la idea de sala de concierto, servirán de espectacular telón de fondo y cierre de tan atrevido e irrepetible espectáculo.
En definitiva, un multiforme carrusel que hunde sus raíces en la tradición romana del circo, se reinterpretó en el barroco a través de las naumaquias con carruajes de Piazza Navona, y ahora, en nuestro tiempo y con el precedente de la magistral zarzuela homónima de Chueca y Valverde, lo presentamos al veredicto del auditor/espectador, intentando poner en armónica evidencia la disputa entre el pasado y la modernidad que supuso para la medieval trama urbana de Murcia la apertura de La Gran Vía.