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La corrupción: el mayor daño a la democracia y el reto de una política transparente y austera

El daño más grave a un sistema democrático es el que produce la corrupción.. La creencia en la superioridad del sistema democrático no nos puede hacer bajar la guardia ni ponernos una venda en los ojos con la actitud cínica de que cada sistema de gobierno tiene sus costos.

El gobierno libre se basa en la desconfianza, y por eso ningún político demócrata debería manifestarse ni como excusa ni como mera declaración pública de inocencia. Un demócrata con responsabilidades públicas nunca puede decir como exculpación que un hecho de corrupción le cogió por sorpresa.

Lo peor de la corrupción en la democracia consiste en las complicidades que crea: complicidades entre los miembros de un partido político, complicidades entre los responsables de los poderes públicos y los sujetos económicos que tienen que relacionarse con ellos, complicidades incluso entre electores y elegidos, cuando el voto se convierte en recompensa a un favor recibido.

Este conjunto de complicidades es, sin duda, el mayor envilecimiento de la vida democrática. Tras la aparición de los escándalos de posible corrupción, varios hechos han demostrado la responsabilidad del PSOE en este asunto. Uno, el haber convertido a la posible corrupción en un elemento necesario del sistema, como lo demuestra el hecho de que los asuntos conocidos, no son meros casos aislados, sino columna vertebral de una práctica política y social manifiestamente indeseable. Otro es no haber transmitido a la ciudadanía, ni por acciones ni por iniciativas, la voluntad de eliminar la corrupción.

Un gobernante no debe olvidar nunca que cada euro que gasta procede del dinero del contribuyente y que el despilfarro ha de ser considerado como un atentado a la misma democracia.

El nuevo político que exige nuestra democracia y en lo que continuamente reitera e insiste nuestro presidente nacional, Alfonso Galdón, ha de ser otra cosa: un austero y riguroso administrador de la cosa pública, que actúa con plena transparencia, que da cuenta hasta del último euro de lo que gasta, que intenta satisfacer las demandas de los ciudadanos planteándoles con nitidez sus costos, que procura que los servicios comunes de una colectividad funcionen con la mayor transparencia, calidad y eficiencia, es decir, que el Estado está al servicio de la sociedad y no la sociedad al servicio del Estado.

Como dijo D. José Ortega y Gasset, “Yo, ciudadano, respeto, quiera o no, al Estado cuando se me impone, quiera o no, la evidencia de que los gobernantes mismos lo respetan. ¿Y en qué consiste ese respeto del gobernante al Estado? En la cosa más sencilla del mundo: en que manejo al Estado como lo que es, como un poder público y no como un poder privado".. 

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