Veinte años de Raspajo en las Fiestas Patronales torreñas

La tradición de todo lugar constituye un íntimo sentimiento sustentado en los ancestrales y auténticos valores de la identidad y pertenencia a una comunidad humana bien vertebrada. Con ese bagaje, ya va para veinte años el tiempo que el Raspajo de Las Torres de Cotillas logra hacer marca de excelencia de las Fiestas Patronales del municipio. Y es que en el 2003 el ayuntamiento de aquel entonces decidió hacer revivir una tradición centenaria local para modelarla como sello emblemático de los festejos torreños amén de escaparate de atracción turística del municipio.

Como detalla el Cronista Oficial de la Villa Ricardo Montes, la tradicional celebración del Raspajo, tan presente en las fiestas mayores torreñas que hasta 1969 tenían lugar anualmente en el mes de octubre, era una suerte de pisada pública de la vid que, cultivada en no pocas hectáreas del campo local, se hacía para ofrendar el primer mosto a la Patrona en rogativa de salud, prosperidad y de una lluvia que escaseaba con frecuencia hasta el punto de amenazar las cosechas del fruto mediterráneo. En una palabra, un zumo resultante de los kilos de uva excedentarios y cuyo pellejo, el "raspajo", daba nombre al hoy gran símbolo profano de los festejos de Las Torres de Cotillas.

La Quema del Raspajo, un inmenso espantapájaros de cartón piedra como alegoría de historia y alma popular torreña, ha tomado cuerpo en las fiestas locales como un spot de metáfora visual que condensa en la luminosidad de sus llamas el esplendor de unas jornadas festeras intensas de chispa y alegría a modo de rompeolas multicolor. Un Raspajo que asimismo desde el 2007 toma cuerpo y se transfigura al humanizarse cada año en la persona de un miembro relevante de una de las casi treinta Peñas festeras del municipio que lo representa -como título y distinción- en los mil y un actos multitudinarios que jalonan estas fechas de jarana estival.

La fiesta como ese impulso que, según el sociólogo francés Émile Durkheim, hace que cada individuo sienta que participa en un momento excepcional, el festero de la expansión, del desenfado, jolgorio, de la espontaneidad desbordante, del elemento humano activo como reflejo del carácter de un pueblo que sabe moverse y pasarlo bien en esas fiestas que son prolongación de todo espíritu inquieto, tronante y delirante. Ésta es nuestra fiesta y nos apuntamos a todo lo que ella significa. Sin dudarlo.

Juan José Ruiz Moñino 

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