Entre los atractivos de toda ciudad, de cualquier pueblo con solera, sobresale su patrimonio histórico y monumental, un acervo de siglos que ha moldeado su idiosincrasia, carácter y aspecto físico y que es resultado de la personalidad de las generaciones de gentes que la han ido habitando a lo largo de la Historia.
Es un significativo legado, pieza fundamental de la memoria colectiva, que no sólo tenemos la obligación de transmitir en las mejores condiciones a las jóvenes generaciones sino también de potenciar como un instrumento de dinamización turística y, por ende, de gran importancia para la creación de tejido productivo, inversor y de creación de empleo en el ámbito urbano.
Desde esa estrategia, que va más allá de diagnósticos y búsqueda de culpables, administraciones públicas tan desplegadas en la geografía española como son los ayuntamientos, deben trabajar en positivo y atendiendo a objetivos tales como la proyección, divulgación y promoción a todos los niveles de esa riqueza patrimonial participando de una primera puesta en valor que pasaría por su rehabilitación. Es una labor que sobrepasa la esfera municipal porque todo patrimonio es un bien general, de interés común, y tanto a ciudadanos como a la Administración competen su defensa, preservación y protección. Y muy difícilmente se podría valorar algo si no se sabe cuál es o ha sido su importancia. Y para conjurar ese hándicap, el éxito de toda conservación y gestión patrimonial no debe soslayar las actuaciones divulgativas y formativas, las emprendidas desde el conocimiento.
Y ello es porque nuestros municipios, nuestras ciudades tienen la suerte de gozar de un nutrido patrimonio que conviene difundir y proteger, una riqueza que tenemos derecho a disfrutar y capaz de generar por sí misma incluso desarrollo económico y puestos de trabajo. Una realidad a potenciar en todo momento y lugar y prioritaria en las tareas de gobierno local. No podía ser menos.
Juan José Ruiz Moñino