Ábreme, Santa María, tu viejo templo sin luz, porque yo quiero aromarlo con nubes de incienso azul. Quiero que sobre tus losas sosiegue mi corazón. Vieja iglesia que despiertas mi ternura y devoción. Pon luces en los altares donde tiniebla y quietud añoran lirios de escarcha y el gravitar de la Cruz. Me dáis hoy la palabra para que en ella pueda condensar el sentimiento de un pueblo, la pasión de una ciudad, la tradición de generaciones de jumillanos que, al llegar los días de la Semana Santa, se disponen a rememorar juntos la Muerte y la Resurrección de Cristo. Jumillanos como el poeta Lorenzo Guardiola, que hace medio siglo me precedía en el alto honor de pregonar esta singular Semana Santa y a quien tomo prestadas las palabras, los bellos versos, con que he querido dar comienzo a este pregón de 2011. Quien hoy os habla fue nacido nazareno.
Desde muy niño me enseñaron a vivir y a percibir con cada uno de los sentidos los rasgos de identidad de una de las más extraordinarias manifestaciones de religiosidad popular, la Semana Santa. Compartimos un sentimiento común, una experiencia forjada a lo largo de los años bajo un capuz, entre cirios y pasos.
Es la mía una admiración sin límites por los hombres y mujeres que mantienen viva una de las más sentidas tradiciones, una ancestral manifestación de fe, herencia de nuestros mayores y legado de incalculable valor para nuestros hijos. Hoy, mis palabras deben ir precedidas de una expresión de enorme gratitud, del agradecimiento a la Junta Central de Hermandades por concederme el honor de exaltar una Semana Santa de tan honda historia como inmejorable presente.
De compartir hoy, con todos vosotros un momento de singular nazarenía, aquel en que la Semana Santa de Jumilla se hace presente, a modo de pregón, para anunciarnos que, un año más, sus procesiones están a punto de salir a la calle. Dos mil once es, además, un año especial.
Una efeméride de primer nivel para los jumillanos, pues se cumplen seiscientos años desde que aquí se prendiera el germen de la Pasión hecha arte, de la catequesis visual y andante de las procesiones jumillanas.
Seis siglos de la prédica del dominico Fray Vicente Ferrer en el interior de la alcazaba jumillana. Era entonces esta tierra muy distinta a la actual.
La gravísima epidemia de peste de 1396 había dejado la ciudad diezmada y su población enormemente reducida.
Unos habitantes que apenas podía conseguir sustento, pues no había manos suficientes para cultivar la tierra y proveer así a quienes residían en la ciudad y se dedicaban a otros oficios. Con todo, aquella gente, asustada aún por la enfermedad reciente, pero con el tesón y la laboriosidad que siempre les caracterizó, no habían dejado atrás su fe, y recibieron esperanzados el mensaje de un orador de sabiduría y elocuencia reconocidas; un hombre de fe que ya en vida era considerado un ejemplo por cuantos tuvieron la fortuna de escuchar sus palabras. En 1398 Vicente Ferrer estaba enfermo en la localidad francesa de Aviñón, ciudad que casi todo aquel siglo había sido la sede del papado.
Allí tuvo una visión en la que el mismo Jesucristo, acompañado de Santo Domingo y San Francisco, le encomendaba predicar por todo el mundo.
Así lo hizo, y las principales ciudades de Italia, Francia o España acogieron a aquel fraile dominico, que predicaba la palabra de Dios al tiempo que instaba a solucionar el Cisma de Occidente, en que aquellos años se hallaba sumida la Iglesia Católica. San Vicente vino a Jumilla precedido de una extraordinaria fama, que incluía la realización de milagros, como el que había tenido lugar poco antes, el 26 de agosto de 1410, cuando en la localidad valenciana de Liria volvió a manar el agua de una fuente seca tras decir misa en aquel lugar.
Y es que hasta 860 milagros aparecieron en el proceso de canonización que tuvo lugar pocos años después de su muerte, pues fue considerado Santo por la Iglesia Católica el 29 de junio de 1455, siendo papa Calixto III. San Vicente llegó a Jumilla entre la expectación de los vecinos; seguido por un buen número de penitentes que se flagelaban y por una multitud que le acompañó cuando entró a la localidad montado, como el Maestro en Jerusalén, sobre los lomos de un asno. Predicó en Jumilla, en su alcazaba, en la explanada junto a la Torre del Maestre, pues se había quedado pequeña la iglesia para escuchar el mensaje de Dios en las palabras de su siervo.
Y con los jumillanos celebró aquella Semana Santa, predicando aquí la gloria de la Resurrección en tres recordados sermones que, afortunadamente, se conservan tal y como fueron proclamados por San Vicente. Y aquí prendió su llama.
Aquí germinó el verbo de Dios, forjando desde entonces la larga historia de las procesiones jumillanas. Una historia que han labrado con su esfuerzo muchos hombres y mujeres.
Personas a las que se recuerda con cariño, pues tuvimos la suerte de compartir con ellas su ejemplo y su lección.
Gentes también que hace ya muchos años que marcharon a la Jerusalén celestial y que, sin embargo, son recordadas en su obra, en sus cofradías, en el patrimonio que a éstas legaron o que para estas realizaron. Porque resulta imposible conocer la Semana Santa de Jumilla sin su dimensión histórica, sin acercarse a las cofradías y procesiones que ya en los siglos XV, XVI y XVII recorrían las calles de esta bonita localidad.
Y a tenor de ese camino andado, podemos constatar cómo ninguna otra ciudad, Villa o pueblo de nuestra Región tuvo en aquellos siglos el número de cofradías y procesiones que completaban –ya por entonces-una de las más completas Semanas Santas murcianas.
La de Jumilla. Y así, cuando incluso la Desamortización que España vivió a comienzos del XIX hizo tambalearse los cimientos de muchas cofradías, Jumilla fue capaz de resurgir en aquellos años, multiplicando nuevamente su presencia, haciendo más vivo si cabe el mensaje de Cristo a los hombres a través de su Pasión. Un mensaje que en este abril jumillano vuelve a alzarse entre los penitentes y los tronos de vuestras cofradías.
Palabra de Dios que sigue viva, y más que nunca, en esta primavera cargada de añoranzas, de recuerdos que tienen imagen, color, olor y sabor.
En una Pasión plasmada en arte y sentimiento, en tradición y recogimiento, en devoción de unas gentes que procesionan a Dios y le veneran. “Como un piadoso sudario llanto de lluvia de abril vierte; está llorando la muerte de Jesús en el Calvario. La tierra es un incensario de flores en primavera y cada rosa hechicera. Y cada lluvia vertida, es una llaga encencida o una lágrima de cera.” (Jaime Campmany) Porque llegado es el momento de volver a batir tambores, de pregonar a los Cuatro Vientos que Cristo vuelve a sufrir tortura por nosotros.
Que su inmenso amor le lleva a morir en la Cruz y que el poder de Dios vence a la misma Muerte y Jesús de Nazaret resucitó. Así lo plasma Jumilla.
Así lo vive recorriendo las estaciones de un Vía Crucis que el Viernes de Dolores preside la imagen del Santísimo Cristo del Perdón, acompañado por quienes con Él quieren hacer penitencia y recordar su Pasión.
El Perdón de Dios anda por las calles de Jumilla. Yo quisiera saber por qué el sol llora tu pena por qué la fuente se calla su saeta y el viento se ha quedado en un susurro. Quisiera comprender por qué me buscas por qué te empeñas en seguir buscando una mirada indiferente que no llora, cuando tus ojos van llorando. ¿Acaso, Cristo mío -y esto me duele- has querido hacer tuyo mi fracaso? Ayúdame a buscarte, mi Cristo del Perdón, A salirte al encuentro, paso a paso, A decirte con voz entrecortada, Señor, perdona mis pecados. Resuena hasta en el último de los rincones el júbilo de los jumillanos que se disponen a vivir con el Nazareno y aprender de Él.
Y así, el Domingo de Ramos, en esa mañana que no concebimos sin un Sol Radiante y la ilusión de grandes y pequeños, todos los nazarenos de Jumilla acompañan a Jesús en su entrada en Jerusalén, en la procesión de las Palmas, cuyos orígenes datan del siglo XIX. Pero el Domingo de Ramos no sería el mismo si Jumilla entera no se echara a la calle al anochecer y buscara el camino del convento de los frailes de San Francisco, del que sale, a hombros de la devoción infinita de los suyos, el Cristo Amarrado a la Columna, sublime y sobrecogedora visión del sacrificio del Redentor plasmada en la genialidad del arte de Salzillo. !Qué silencio, Señor, habrá en las calles, en que apenas habita algún suspiro! Y veremos caminar la luna, andando de puntillas, con sigilo. Y al aire soslayar las plantas, huyendo de la flor y su quejido, porque el pétalo, jugando con el aire, sus rasos rompe en el espino. !Qué vacíos y mudos los caminos, donde el polvo y la tierra se han dormido! Yo he visto llorar a unas estrellas con llanto de plata y oro fino. Y he visto algunos hombres que trataban de salirte al encuentro en tu camino. Yo he querido, Señor, seguir tus pasos. He querido acercarme y me he alejado. He querido buscarte y me he perdido. He querido llorar y me he reído. He querido rezar y me he callado. He querido, Señor, y no he querido. Qué silencio, Señor, habrá en la noche. Si mis labios, Cristo Santísimo de la Columna, están cerrados, !que rece el corazón con un suspiro! El maestro Piñana, con su arte y sentimiento, que es mucho y muy grande, a través de esta hermosísima saeta en la que canta rezando y reza cantando nos ha encogido el corazón y ha conseguido que la emoción nos invada.
La misma emoción y sentimiento que todos los jumillanos -y los que no siéndolo viven la intensidad de la Semana Santa de Jumilla- experimentan al paso del Cristo Amarrado a la Columna.
Entonces, el pensamiento se hace oración.
Y te conmueves.
Y te postras ante tanto dolor, ante tanta humildad, ante tanta grandeza: Contén tu respiración; detén la marcha de los minutos y de los segundos; mira a tu Cristo y dile quedamente: ¡Cristo de la Columna, que el inmenso reloj del tiempo no desgrane una gota de arena más; que los astros del cielo cesen en el sublime concierto de las esferas; calle el pájaro en sus trinos, guardase la flor su perfume, ocúltese para siempre la luz del astro rey...
Pero tú, Santísimo Cristo Amarrado a la Columna, no sigas, no avances un paso más.
Quédate aquí conmigo, junto a mi corazón, que si en él percibieras el latido de la pasión, del olvido, y de la ingratitud, ya se irá acompasando al ritmo que marque el tuyo.
Tu Corazón Santo! Jumilla ya es Semana Santa.
Se hace el Silencio.
El recogimiento espera en la medianoche del Martes Santo la procesión penitencial del Santísimo Cristo de la Vida, ante cuyo paso la luz cede su lugar a la oración y al andar cadencioso de enlutados penitentes. Noche de plata bajo la luna llena que rasga tinieblas y corre tras las sombras.
Es la luna de Nisam que acentúa la silueta del castillo e ilumina las calles de Jumilla convertidas en místico escenario para encontrarnos a la vuelta de una esquina con la figura agonizante de Cristo o el infinito dolor de María, la Madre. Noche donde una pléyade de estrellas caerá desde el cielo, como lágrimas de perlas; donde los ángeles se mecerán entre las sederías del recuerdo para mitigar el sufrimiento de quien, siendo Dios, sufrió los mayores y más dolorosos escarnios. Cada iglesia, cada parroquia, se dispone a celebrar la Liturgia de Semana Santa.
El Triduo Pascual va a comenzar y los cristianos nos preparamos para vivir en comunidad el Triunfo de Cristo sobre la Muerte. Es un momento solemne, pero en modo alguno de tristeza. Nos sobrecoge recordar el Sacrificio de Jesús, pero sabemos que al final hay Luz, hay Esperanza.
Sabemos que Cristo vence a la Muerte.
Así lo cantamos en los Oficios: Victoria, tú reinarás ¡Oh Cruz! Tú nos salvarás Y Jumilla nos ofrece un singular momento en el que recordamos el Prendimiento de Cristo, cuando en la tarde de Miércoles Santo, entre el bullicio del paso de los Armaos, la Plaza de Arriba es escenario de este antiguo drama sacramental, del Prendimiento según Jumilla. Jesús ha sido prendido, y en esa noche de Miércoles Santo tendrá lugar la procesión en que desde cada uno de los tronos comienza la secuencia narrativa en la que las cofradías plasman con sus imágenes los últimos momentos de Jesús entre los suyos. Cristo ya no es libre.
Es prisionero de quienes no supieron comprender su mensaje, su legado que no fue otro que el de que nos amáramos como Él mismo lo hizo. Cada templo alberga en su interior un Monumento, abiertos los sagrarios en espera de la cercana Vigilia Pascual. Cofradías y hermandades, con sus estandartes al frente, rememoran la antigua costumbre de visitar los Monumentos.
Las mujeres se visten “de manola” mientras los cortejos recorren las calles a los sones de “Mantillas de Jueves Santo”, casi un himno de Jumilla que compusiera hace ya muchos años el recordado y excepcional músico de esta bendita tierra, Julián Santos. Anochece el Jueves Santo.
El mismo día en que comenzaron a organizarse las procesiones de disciplinantes a raiz de la prédica de San Vicente Ferrer.
El día en que Jumilla se encuentra con su historia en la más antigua de sus procesiones, la de la Amargura. Las Cofradías disponen sus pasos, los indicados para seguir el recorrido narrativo de la Pasión. Ya no hay descanso.
Una con otra las distintas procesiones van narrando la Pasión desde el arte de unos escultores que dejaron en Jumilla la impronta de un don, el de conmover en la madera, la misma madera en la que Cristo fue crucificado. Amanece el Viernes Santo y en su mañana Jumilla rememora el camino del Calvario, acompañando a los penitentes de cada una de las cofradías que quieren compartir con Cristo su dolor. La Madre avanza por el camino (piedras de sangre, polvo de llanto), y temblorosa baja el sendero por Jesucristo santificado... Y entre las huellas busca la huella de aquellos pasos que abrieron surcos de luz divina mientras el Mártir, agonizando se desplomaba bajo el madero y con la angustia del fin cercano, llora la Madre cuando desciende desde el Calvario... (Marcos Rafael Blanco Belmonte, poeta cordobés) El tiempo se ha detenido.
La Humanidad se ha vestido de luto ante la Muerte de Cristo en el Calvario. Las tinieblas de la noche se enseñorean del paisaje.
Todo es soledad y silencio.
María Santísima, abatida por tanto dolor, retorna del Calvario en la triste madrugada.
Es la Soledad, es el vacío inmenso y el dolor sobrehumano de la Madre Santa que ha perdido al Hijo en la Cruz. El viento, en su murmullo de ti habla, de tu anhelante respirar entrecortado. El Cielo, la luna y las estrellas, con sus lagrimas de luz ponen el llanto. Un año más, se afana el pensamiento buscando ideas cuando existen flores, escogiendo palabras, cuando hay viento. Ese viento primaveral y sosegado, que hace del incienso plegaria y rezo. ¡Qué consuelo, Virgen Santa, cuanta hermosura! La del prado, la flor, la brisa pura; El agua cristalina, el temblor del rocío y su frescura ¡Qué consuelo, Señora mía, Dios no ha fracasado! Que la rosa lo dice, y la amapola, y el viento lo comenta en su recado, y la lagrima llorada con ternura, y la oración que se asoma a flor de labios, y la mirada que te busca en derechura. Otra vez la emoción.
Otra vez la voz, la saeta...
la Oración. Otra vez el maestro Piñana: arte, sentimiento y devoción. Este año, en el que Jumilla conmemora seis siglos desde que la Semana Santa saliera a las calles desde el interior de los templos, la tarde de Viernes Santo será escenario de un singular cortejo: la “Procesión Antigua”.
En ella, rememoraréis en torno a las más veteranas imágenes que atesoran cofradías y templos, el sabor añejo de una Jumilla que fue y que hizo posible la que hoy es.
De una Semana Santa que conformó la sin par realidad que hoy ofrecéis a propios y visitantes. La Semana Santa es hoy referencia ineludible para entender Jumilla, para compartir la pasión y la devoción de sus habitantes. El extraordinario trabajo de la Junta Central de Hermandades y de cada una de las cofradías que la componen no se puede condensar en apenas unos días, en los que transcurren entre Viernes de Dolores y Domingo de Resurrección. El haber vivido desde niño los entresijos de la nazarenía me enseñó a percibir el trabajo y la preocupación que se extiende a todos los días del año, pues apenas se cierra la puerta de una iglesia y resuena el último eco de una procesión, ya se está trabajando en una nueva Semana Santa. Hay que restaurar esto o aquello, mejorar el patrimonio con la adquisición de nuevos bordados o elementos de orfebrería, renovar un trono, un vestuario… Y hay que lograr, mediante la aportación desinteresada y el esfuerzo de los cofrades, hacer frente a los costes de la procesión, tarea que por lo general no es fácil. Pero, además, la vida de las cofradías se extiende por todo el año en el culto a los Titulares, en la importantísima y no siempre conocida labor social que desarrolláis, en las múltiples facetas que lleváis a cabo y que ahora culminan en unas procesiones en las que habéis puesto, junto a ese esfuerzo y sacrificio, toda la ilusión que albergan vuestros corazones. Y en este año especial para vosotros, en el que celebráis seiscientos años de historia, la tarde del Sábado Santo será escenario del Magno Entierro, de la plasmación en treinta y cinco pasos de lo que es la Pasión y Muerte de Cristo según Jumilla. Veintitrés escultores, setenta imágenes, el empeño de miles de jumillanos hecho procesión.
El trabajo de quienes hoy ostentáis la responsabilidad de vestir el atuendo de cada cofradía, y también el de todos los jumillanos que a lo largo de estos seis siglos lo hicieron alguna vez. El Magno Entierro nos brindará a todos, además, la oportunidad única de revivir, al paso de cada trono, el inmenso amor de Dios por los hombres, el verdadero sentido de aquello que conmemoramos cada Semana Santa y que culminará, en la mañana del Domingo de Resurrección. Pregonar la Semana Santa es, como dije al principio de estas palabras, un honor que me permite hoy compartir un sentimiento tan hondo que es muy dificil condensar en verbo. Pregonar, decía en 1996 Carlos Valcárcel, mi padre, “es abrir las puertas a una nueva primavera que viene tras un año de ausencia dolorosa y dolorida”.
Porque en este lugar de España, en nuestra querida Región de Murcia, nada hay que identifique más la primavera que la presencia en las calles de los nazarenos, de los cofrades, de quienes compartimos una herencia ancestral que, en muchas ocasiones, se pierde en la oscuridad de la Historia: la de celebrar en procesión la Semana Santa. Jumilla, culta y orgullosa de su Historia, conserva el vestigio original.
Conoce su origen, lo ha estudiado y lo ensalza cuando conmemora seis siglos de Pasión.
Y demuestra en ello una sabiduría y una fortaleza que a buen seguro llevarán en el tiempo este mismo mensaje a futuras generaciones de jumillanos, que seguirán vuestro ejemplo, como vosotros lo hacéis con el de vuestros predecesores. Sois depositarios de una tradición secular, de extraordinaria riqueza en el arte, pero sobre todo en el sentimiento.
Éste es el principal legado que desde cada cofradía podéis hoy ofrecer, y el mayor orgullo del que podéis presumir. Éste es el trabajo que cada día del año lleváis a la práctica los hombres y las mujeres que integráis la Hermandad Penitencial del Santísimo Cristo de la Vida, la Cofradía de la Samaritana, la Cofradía del Primer Dolor, la Cofradía del Santo Costado de Cristo, la Cofradía de la Oración del Huerto, la Cofradía del Beso de Judas, la Real Cofradía de Jesús Prendido y la Santísima Virgen de la Piedad, la Cofradía del Rollo, la Cofradía de Jesús ante Herodes, la Cofradía de San Juan Apóstol, la Cofradía de Santa María Magdalena, la Hermandad del Santísimo Cristo de la Columna, la Cofradía del Santísimo Cristo de la Sentencia, la Cofradía del Santísimo Cristo de la Caída, la Real Cofradía de Jesús Nazareno, la Hermandad del Santísimo Cristo de la Salud, la Cofradía de la Vera Cruz y Santo Sepulcro, la Hermandad de Nuestra Señora de la Soledad, la Cofradía de Nuestro Padre Jesús de la Redención y la Cofradía de la Guarda del Cuerpo de Cristo. El pregonero se dispone a guardar silencio ya para que hablen vuestros corazones.
Pero dejadme que antes os recuerde algo: Hace quince años nombrásteis pregonero a Carlos Valcárcel Mavor, mi padre.
Terminaba aquel pregón con una oración hecha versos, los que dedicó a los Cristos y Vírgenes de la Semana Santa de Jumilla.
Sean mías también, permitídmelo, aquellas palabras que siento como propias: “Me duele tu dolor y tu amargura, me pesa tu tristeza y tu agonía, me duele no llorar con el que llora y me duele no reir con el que ría. Ya es silencio la brisa y el aire llanto. Tu aliento es la cera que va alumbrando tu paso por las calles; el cielo es manto de estrellas temblorosas que están llorando. Son lágrimas que el hombre, Señor, está negando.” Muchas gracias.