Aprender a gestionar emociones, superar retos y recibir orientación con cariño son claves para criar personas capaces de brillar en su entorno.?
Educar a un hijo es la tarea más apasionante y exigente que pueden asumir los padres. Para María Castells, Psicóloga del Departamento de Orientación de Highlands School Barcelona, la educación empieza siempre por el amor.
“Un hijo necesita sentirse amado y aceptado tal y como es, con sus virtudes y defectos”.
Pero el amor por sí solo no basta. Los niños necesitan estructura, rutinas firmes y un ejemplo constante para crecer seguros, autónomos y capaces de tomar decisiones con criterio.
La base de la seguridad
La seguridad emocional de los niños nace en casa. La armonía familiar, la relación cuidada entre los padres y un entorno donde se cuida la serenidad diaria generan confianza. Los niños perciben todo: gestos, palabras, emociones. La tranquilidad del hogar se convierte en un regalo invisible pero decisivo para su desarrollo.
“Ese amor se concreta en abrazos, en un apego seguro, en la serenidad de un hogar donde se cuida la relación en el matrimonio y no se permite que el mal ambiente se instale”.
Aprender a crecer con autonomía
La autonomía es un aprendizaje gradual. Cada paso que dan, desde llevar su mochila hasta dormir en su habitación, fortalece su autoestima y su capacidad de enfrentarse a los retos. Superar etapas como dejar el chupete o el carrito puede ser difícil, pero cada pequeño éxito refuerza su confianza.
“Cuando tropieza, aprende que la frustración también forma parte del camino”, recuerda Castells.
Permitir que los hijos prueben, se equivoquen y consigan logros propios es fundamental para desarrollar resiliencia, criterio y seguridad en sí mismos. Los niños que experimentan autonomía desde pequeños están mejor preparados para afrontar desafíos futuros y para tomar decisiones con responsabilidad.
La importancia de las habilidades sociales
Las relaciones con los demás son otro pilar esencial. Los amigos, los conflictos y los juegos permiten aprender empatía, comunicación y resolución de problemas. No conviene resolver todo por ellos: acompañarlos y enseñarles a gestionar emociones ayuda a construir relaciones sanas y duraderas.
“Conviene preguntar en las reuniones del colegio cómo se relaciona, y ayudarle a mirar dentro de sí mismo para crecer en empatía y asertividad”.
Validar lo que sienten permite que los niños comprendan a los demás y actúen con generosidad y respeto. Aprender a gestionar emociones es tan importante como aprender a leer o sumar; ambos son aprendizajes para la vida.
El poder del ejemplo
El ejemplo de los adultos es determinante. Los hijos aprenden más de lo que ven que de lo que escuchan: cómo se comparte, cómo se celebran los logros, cómo se toman decisiones marca su rumbo.
“El hijo no necesita un padre o una madre impecable, necesita personas reales, con cualidades y con debilidades, que sean su referencia”.
La educación no se limita a lo que se hace de manera consciente: también se transmite a través de los pequeños gestos y la manera de vivir en el día a día. Cada elección, cada comportamiento y cada momento cotidiano transmite valores que los niños incorporan sin darse cuenta.
El objetivo final
Educar es acompañar paso a paso, combinando amor, límites, autonomía y ejemplo. Este enfoque no solo forma niños felices: prepara personas capaces de tomar decisiones conscientes, relacionarse con empatía y generar un impacto positivo en su entorno.
Castells finaliza “¿Y para qué todo esto? Para que el hijo crezca seguro, autónomo, con criterio y corazón abierto, que aprenda a iluminar con su vida, siendo luz para los demás y contribuyendo a hacer de este mundo un lugar mejor”.