En una acción conjunta, y con el objetivo de preservar el ecosistema y el medio ambiente, una veintena de voluntarios se ha lanzado al agua para recoger cientos de residuos esparcidos por la superficie de la isla
Visto desde la Isla del Ciervo, junto a la costa oeste de La Manga, el Mar Menor es una lámina azul en la que se refleja la luz del sol con escamas doradas y un oasis de calma en el que intermitentemente se distingue el sonido de las olas. A la lisura del agua, en la isla, se le superpone otro mar de roca blanquecina y volcánica sobre la que se levantan arbustos y especies vegetales protegidas. Todo el conjunto conforma un entorno irrepetible en la Región de Murcia.
A lo largo del suelo, encima de las rocas, hay puntos pequeños que brillan al sol como guijarros húmedos. Pero se trata más bien de una ilusión óptica, de un espejismo. Esos puntos son, en realidad, trozos de vidrio de todos los tamaños: esquirlas de cristales reventados y pedazos grandes y puntiagudos, de diversos colores. Están esparcidos, por cualquier parte. Juan Diego López, biólogo y secretario de Hippocampus, una asociación dedicada a la preservación del medio marino de la Región de Murcia, explica la razón: “A esta isla vienen barcos a fondear, y muchos de ellos tiran las botellas que utilizan al propio suelo. Es una pared de piedra llena de cristales, allá donde mires”.
Junto a Juan Diego, una veintena de voluntarios recorren los rincones del Ciervo con bolsas de basura en la mano y recogen todos los residuos que encuentran a su paso. “El vidrio no se acaba”, dice uno de ellos, mientras avanza sin dejar de mirar el suelo, agachándose para coger cuidadosamente los cristales. Forman parte de una actividad organizada por Hippocampus e Hidrogea, dentro de su misión conjunta de proteger el medio ambiente y los espacios naturales. La isla, que está separada de la playa de La Manga por unos 300 metros, es un enclave especialmente castigado, hacia el que las corrientes arrastran la basura y los deshechos que provoca la actividad humana.
“Hidrogea es una empresa con un marcado carácter medioambiental que mira y trabaja por la sostenibilidad. Por ello ha decidido organizar este voluntariado con Hippocampus y colaborar, así, en la limpieza de un punto tan importante del Mar Menor. La idea es aportar nuestro granito de arena para este ecosistema único esté cada vez más limpio y conectado con la naturaleza”, explica Eva Franco, Directora de Comunicación y Desarrollo Sostenible de la gestora de aguas.
Por toda la isla, entre los cientos de gaviotas que revolotean y se lanzan al agua para pescar peces, al margen de los vidrios, hay restos de botellas de plástico y envoltorios de comidas preparadas; hay latas de cerveza vacías o fragmentos de cuerdas casi mimetizados con la tierra; hay botellines marrones de jarabes, filtros de colillas, e incluso, entre dos palmitos, un neumático desgastado pudriéndose al sol. En el agua, rozando las rocas, hay restos de metales y gomas sintéticas que yacen atrancados entre la proliferación de algas.
La mayor parte de los voluntarios son trabajadores de Hidrogea. Llenan las bolsas y clasifican y apuntan en un informe los datos de la basura que acumulan, cuyas severas conclusiones serán luego facilitadas por Hippocampus a la Consejería de Medio Ambiente de la Comunidad. Paralelamente, varios buzos de la asociación se sumergen en las aguas que abrazan la isla y extraen de ellas la basura que ha alcanzado el fondo del mar. “El 80% de los residuos que nos encontramos”, explica José Luis Alcaide, presidente de la asociación, “proviene de la tierra”. “El resto”, prosigue “viene de la gente que usa el mar, de los barcos, los pescadores. La gran mayoría se queda en el fondo. Pero hasta la playa, hasta la isla, llega también una gran cantidad que es necesario recoger con acciones como esta”.
El Ciervo forma parte de la Red Natura 2000, una iniciativa ecológica del Ministerio para la Transición Ecológica de protección de espacios considerados como de “conservación de la biodiversidad”. Sin embargo, la basura y la actividad humana, a pesar de que la isla encuentre a cierta distancia de la costa y del entramado urbano, también la alcanza con frecuencia. “Los humanos creamos un basurero allá donde vamos”, asevera Juan Diego López.
“Pretendemos crear concienciación, que este tipo de acciones tengan difusión entre la sociedad para que consigamos entre todos un medio ambiente más sostenible y habitable”, concluye Eva Franco. Desde la orilla de enfrente, ya en arena de La Manga, gracias a la acción directa de Hidrogea e Hippocampus, el perfil ondulado de la Isla del Ciervo es ahora un entorno que hace justicia al ecosistema del que forma parte. Incluso vista desde lejos, en la mañana de finales de noviembre, da la sensación de que la luz que incide sobre ella es más limpia. En el interior de decenas de bolsas de basura que ya descansan en los contenedores hay kilos y kilos de desperdicios que ya no estarán nunca más sobre su roca y su vegetación, ni tampoco bajo sus aguas.