Nadie sabe realmente como era cuando tenía 2 años. Nadie se acuerda de la imagen que nos devolvía el espejo con 1 año de edad, pero lo que si tenemos es una foto que nos dice lo que aparentábamos ser en nuestro álbum familiar.
Hacemos fotos por muchas razones y una de ellas es la de guardar los recuerdos de lo que hemos vivido en ese álbum familiar y todas esas fotos tejen una red. Una red de telaraña con todos nuestros recuerdos de cuándo éramos, evocando vivencias, sabores, olores y colores del pasado.
Así, la fotografía funciona como un medio que sedimenta la memoria, construyendo lo que fuimos y la imagen de lo que somos. Pero siempre nos cabrá la duda de si esas fotos nos muestran una imagen un tanto sesgada de lo que fuimos. Esas fotos están mudas y en muchas ocasiones ocultan lo que pensábamos o lo que sentíamos.
En Diario de un Viaje encontramos fotografías en blanco y negro, pintadas y recreadas con acuarelas de colores vivos tratados en clave telúrica: ocres y naranjas de la tierra o rojos que simbolizan el fuego, la vida o la sangre de los lazos que nos unen. Fotografías coloreadas con la intención de crear nuevos o paralelos significados, acentuando las emociones y abriendo una nueva oportunidad para la reinterpretación del momento pasado a la luz de un tiempo presente.