Economía

Black Friday o el consumo bulímico: comprar mucho para sentir poco

Hace unos días el Single Day, en breve la locura del Black Friday, el Cyber Monday… Últimamente no paran de inventarse fechas para que no dejemos de comprar y celebrar el consumo.

Después, en apenas unas semanas, viene la vorágine de las compras navideñas, para que estemos bien apretados en la cuesta de enero y, luego en febrero, se volverá a desatar el furor de consumir más cosas que no necesitamos en el día de San Valentín. Por si fuese poco, hay que añadir las consabidas rebajas y los avances de temporada, porque ¡seguro que te quedó algo sin comprar!

Y, así, hay una presión constante que nos incita a comprar sin pausa, inmersos en una suerte de “consumo bulímico”, en el que no parece importar tanto lo que compramos, sino simplemente el hecho de hacerlo de forma ansiosa hasta llegar a nuestro límite, bien el de la cartera o bien del espacio que tenemos en casa (con armarios llenos de ropa que no usamos, cajones a reventar de cables de cacharros tecnológicos y otros acopios diogénicos). Como en los atracones de quienes padecen un Trastorno de Conducta Alimentaria, la clave está en la búsqueda de esa sobreestimulación que empleamos para llenar nuestra mente de algo externo y placentero, que nos invade y nos hace sentirnos llenos por la experiencia, aunque sólo sea de forma momentánea. No es de extrañar que, con frecuencia, después nos invada la culpabilidad porque en el fondo éramos muy conscientes de que no necesitábamos tanto y hemos perdido el control.

Pero ¿por qué lo hacemos entonces? Lo primero, y lo obvio, es hablar de las medidas que emplean las tiendas para que compremos. La Psicología del Consumo y del Marketing recibe numerosos fondos para investigar las formas más efectivas de movernos a comprar. En estos días “únicos” y “especiales”, nos crean esa sensación de oportunidad irrepetible, que no debemos dejar escapar o de que compramos de una manera inteligente, incluso ahorradora en cierta manera.  Anuncios muy bien elaborados, el bombardeo constante cada vez que nos conectamos a internet o vemos cualquier medio de comunicación e incluso anuncios indirectos, más velados, a través de mails a los que estamos suscritos e influencers a los que seguimos, empleando o incluso recomendado algún servicio o producto.

Todo esto nos afecta. No se puede estar expuesto y que no te cale en mayor o menor grado. Pero no podemos culparlos solo a ellos. Está claro que lo que intentan es influirnos y crearnos necesidades que en el fondo no tenemos -algo que ha evidenciado la pandemia y sus confinamientos es que las cosas materiales no nos hacen felices, sino sentirnos libres y poder estar con la gente que nos importa-, pero somos nosotros los que decidimos seguirles el rollo y jugar a su juego, consumiendo cada vez más cada año a pesar de que nuestro poder adquisitivo se desplome progresivamente.

Así que sí, no podemos simplemente echar balones fuera, hemos de mirarnos, no por examen de conciencia culposo, sino por entendernos, por saber qué nos pasa con tanta compra, para poder posicionarnos ante ello, asumir nuestra responsabilidad y, así, poder elegir realmente lo que queremos y lo que no. 

Tenemos un vacío existencial que necesitamos llenar de cualquier forma, quizás en gran medida debido a que el consumo, la búsqueda del ideal estético y la continua necesidad de aprobación en redes sociales, ha sustituido en gran medida al Amor y lo Auténtico (con uno mismo y con otros y en mayúsculas), que son menos vistosos pero que poseen un significado profundo. Del refrán “Bueno, bonito y barato”, parece que nuestra sociedad ha escogido hace mucho el Bonito y Barato, obviando el Bueno: las cosas deben ser vistosas, aparentemente excelentes sin importar que sólo lo sean en los perfiles de Instagram y tras cuatro filtros que pueden engañar a quienes lo ven pero no a nosotros mismos, así como también deben ser novedosas y continuas. Quizás lo estático, pero también estable, consolidado y fiable, es demasiado aburrido, quizás te haga feliz, pero no te va a hacer Influencer.

Por mi experiencia como psicólogo, muchas personas emplean las compras como una forma de cubrir emociones desagradables, como su tristeza, su enfado, su vergüenza o su ansiedad. Una cortina de humo, una barrera construida a base de paquetes de diferentes marcas desde la que parapetarse de su propia realidad, de aquello que intentan desesperadamente no ver en sus vidas, pero que sigue ahí, esperándoles e influyéndoles en su día a día, creándoles un malestar significativo y profundo, pero que llevan tanto tiempo mirando que apenas pueden entender o identificar, lo que les da más miedo aún y por eso siguen teniendo que huir consumiendo.

Sin embargo, la única forma de poder cambiar esas emociones que nos provocan dolor no es otra que mirarlas de frente, tomando conciencia de lo que nos dicen (que nos defendamos, que necesitamos amor, que pidamos ayuda, que dejemos eso que nos hace daño…) y no encerrando a la parte de nosotros mismos que sufre en un trastero, mientras le cedemos todo el espacio a las compras, ya que esa parte de nosotros mismos es la que más nos necesita. Sin duda, es un trabajo duro, pues confrontar el dolor implica sentirlo, pero éste sí nos sacia y nos nutre realmente si nos da paz interior; una paz interior que quizás no sea el pequeño subidón de las compras ni la euforia de abrir un nuevo paquete, pero que es sólida y significativa: una verdad profunda, a la que siempre podremos aferrarnos cuando en nuestra vida las cosas se pongan difíciles.

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La jornada, organizada por la Cátedra EMURI, ha reunido a representantes de 13 empresas referentes en I+D+i de la Región, así como a los rectores de la UMU y la UCAM