Desde que en 1896 se organizaron en Atenas los primeros Juegos Olímpicos de Verano de la edad moderna, tan solo la Primera y la Segunda Guerra Mundial habían impedido que se celebraran cada cuatro años. En 2020 volvió a ocurrir por culpa de la pandemia, aunque en este caso se ha tratado únicamente de un retraso y no de una cancelación.
El 23 de julio tendrá lugar la ceremonia de inauguración en la ciudad de Tokio y aún hay algunos aspectos que no están definidos, tal y como explica Elisenda Estanyol, profesora de los Estudios de Ciencias de la Información y de la Comunicación de la UOC y experta en protocolo y relaciones públicas: "El principal reto de esta edición es gestionar las medidas anti-COVID-19. El COI ha elaborado una guía para que todas las personas tengan claros los protocolos y la normativa que deben seguir. La guía ya ha sido revisada dos veces para actualizarla y ahora en junio va a haber una nueva revisión. El objetivo es tener muy presente la evolución de la pandemia y todos los cambios que se puedan producir".
Muchas incógnitas por resolver
Aún no se sabe si se prohibirá la presencia de público durante las competiciones deportivas o se optará por reducir los aforos. Sí que está claro que, de haber finalmente público, no se tratará de extranjeros, sino de residentes en el país. Los miembros de las delegaciones olímpicas (deportistas, entrenadores, médicos, etc.) tendrán que hacerse dos pruebas antes de viajar, así como test diarios durante los primeros días. A los deportistas no se les exigirá estar vacunados, aunque sí que se les recomienda. Tendrán también que llevar una aplicación activada en el móvil para rastrear a las personas con las que hayan estado en contacto en caso de producirse un contagio. Habrá restricciones en el uso de los transportes y se intentará mantener aisladas a las delegaciones de los distintos países.
Entre esos atletas que acudirán a Tokio se encuentran algunos estudiantes y graduados de la UOC, que ha creado un programa de acompañamiento para la formación universitaria de deportistas de alto nivel, junto con el Consejo Superior de Deportes. Nos referimos a la waterpolista Beatriz Ortiz, estudiante del grado de Comunicación; el regatista Florian Trittel, graduado en ADE; el jugador de balonmano Joan Cañellas, estudiante del grado de Marketing e Investigación de Mercados, y la jugadora de la Selección Española de Hockey Hierba Júlia Pons, estudiante del máster universitario de Aprendizaje y Trastornos del Lenguaje.
Menos contacto y más redes
"Tampoco conocemos con detalle cómo serán los principales actos protocolarios: las ceremonias de inauguración y clausura, así como la entrega de medallas en cada competición deportiva. Veremos qué medidas se aplican para darles solemnidad y que tengan un atractivo para los medios de comunicación, sin poner en riesgo la seguridad de las personas implicadas, aunque es probable que se opte por ceremonias mucho más austeras a nivel de representación protocolaria e institucional para dar ejemplo después de prohibirse la entrada de espectadores extranjeros", asegura Estanyol.
Al margen de la cuestión deportiva, los Juegos Olímpicos han sido siempre una cita única para la política y las relaciones públicas y para afianzar lazos, algo que en esta ocasión va a perder bastante fuerza. "Van a ser unos Juegos muy mermados respecto a la parte relacional y de la comunicación en vivo. Incluso la confraternización entre deportistas que suele existir va a estar muy controlada", explica Estanyol.
Todas esas limitaciones potenciarán sin duda el papel de las redes sociales y las retransmisiones en streaming, así como otras formas de comunicación digital que ya estaban muy presentes en nuestras vidas, pero que la pandemia ha afianzado de forma definitiva y ha situado en primer plano.
Negocio y espectáculo, a salvo
Pero ¿van a ser unos Juegos tan limitados para quienes no asistan a ellos? Jordi Mascarell, profesor colaborador de los Estudios de Artes y Humanidades de la UOC y experto en eventos deportivos, cree que no: "A mí me gusta compararlo con los Óscar: hay 3.000 personas viendo la ceremonia, pero lo importante no es eso, sino los millones de espectadores que están en sus casas. En el caso de Tokio 2021, los atletas se verán afectados, y el público, si finalmente se permite su presencia, aunque no perjudicará tanto al negocio y el espectáculo".
Incluso actos como la ceremonia de inauguración están ya mucho más pensados para la televisión que para quienes se encuentran en el estadio, como se vio, por ejemplo, en Londres 2012 con la supuesta llegada de la reina en helicóptero o la actuación de Rowan Atkinson.
El verdadero gran cambio
Desde 2014 el COI está aplicando la Agenda Olímpica 2020, una importante apuesta por la sostenibilidad, por evitar excesos del pasado y por hacer las cosas de forma distinta. A los Juegos de Río en 2016 no se llegó a tiempo, pero ahora en Tokio sí que vamos a empezar a ver sus efectos.
Muchas de las medidas que se proponen son meras recomendaciones, muy abstractas o difíciles de poner en práctica, pero otras no, según asegura Mascarell: "Se ha limitado el número de atletas a 10.500 y los entrenadores a 5.000, más de la mitad que en Pekín o Londres. El COI recomienda también elegir territorios más amplios, como varias ciudades en lugar de una sola, o varios países, algo que ya está ocurriendo ahora en la Eurocopa. Se busca la sostenibilidad y que no sea una única ciudad la que asuma todos los costes, los cambios y el impacto que supone un acontecimiento de este tipo. De esta forma, entre otras ventajas, no hay que construir tantas infraestructuras y se recurre a las que ya existen".
Crisis del modelo olímpico
Los Juegos Olímpicos de Invierno de Sochi, en 2014, se organizaron donde no había casi nieve y se tuvieron que llevar miles de camiones desde Siberia. En Brasil se construyó un estadio en medio de la selva que no se ha vuelto a utilizar. Ha habido también casos de sobornos, falta de transparencia, sobrecostes que han llegado a multiplicar por cuatro el presupuesto inicial, etc.
Todo ello ha acabado provocando una crisis en el modelo olímpico. "Cada vez resulta más difícil encontrar ciudades que se quieran convertir en sedes. El presidente del COI ha pedido que se realicen referéndums y consultas entre la población de las candidatas. Calgary (Canadá), Innsbruck (Austria) y Sion (Suiza) dijeron que no a los Juegos de Invierno de 2026. Lo mismo ocurrió con Cracovia (Polonia), Múnich (Alemania) y Davos (Suiza) para los Juegos de 2022, que finalmente se harán en Pekín. Hay un rechazo importante de la sociedad a estos macroeventos porque al final suponen un gasto enorme y el retorno siempre es difícil de calcular. De ahí surge la Agenda 2020, para luchar contra ello", comenta Mascarell.
Símbolo de la esperanza
También parte de la población de Tokio muestra cierto rechazo hacia estos Juegos. En su caso, por miedo a los contagios y a la expansión de nuevas variantes del virus, pero el COI ha querido mantenerlos. "Se pretende, en parte, lanzar el mensaje de que estos Juegos suponen el fin de la pandemia y del miedo, y un inicio de la esperanza. Japón, en este sentido, es un gran símbolo porque es un país que recientemente ha sufrido un terremoto, un tsunami y un accidente nuclear. Es una cultura muy resiliente y tienen muy incorporado la superación de la adversidad y el valor de lo colectivo por encima de lo individual", concluye Estanyol.