La despedida inacabada de Mozart y una de las grandes obras maestras de la música, fue el concierto que en la noche del pasado viernes, ofreció Coral Discantus en el marco de la Iglesia de San Miguel, edificada entre 1691 y 1712, y una de las mejores muestras del barroco murciano, sobre todo su interior al poseer un rico patrimonio en retablos y esculturas..
Cuando Mozart recibió el extraño encargo de esta Misa en el verano de 1791 se encontraba debilitado por la fatiga y la enfermedad. Por entonces escribía a su amigo, o enemigo, Antonio Sallieri: "Estoy a punto de expirar; habré acabado antes de haber gozado de mi talento". Sin embargo, en los meses anteriores, había compuesto La flauta mágica, La clemenza di Tito, el Concierto para clarinete, el motete Ave Verum Corpus, el último de sus conciertos para piano (el núm. 27), diversos lieder, minués, danzas y contradanzas para orquesta, algunas arias, un quinteto de cuerda, variaciones para piano y muchas piezas más. El inacabado Réquiem es el broche de oro de su inmensa producción. Que esté inacabado solo nos recuerda que la naturaleza siempre está por encima de nuestros anhelos.
Se ha hablado mucho sobre las circunstancias en que Mozart recibió el encargo de esta Misa por un extraño, un emisario del conde Walsegg-Stupach. Desde ese momento y hasta el día de su muerte, el compositor, ya muy enfermo, está convencido de que el extraño es un mensajero de la muerte, y de que el Réquiem que escribe es el suyo propio.
El 4 de diciembre de 1791 se lleva a cabo el último ensayo del inconcluso Réquiem, junto al lecho en el que Mozart yace enfermo. Mozart rompe a llorar durante el ensayo y dice: "Esto lo escribí para mí mismo." El ensayo llega hasta el Lacrymosa, última parte de la obra escrita por el compositor. En la madrugada, Mozart muere. Así comenzó a gestarse el mito de una de las obras más célebres de la historia, sobre la que se han generado infinidad de relatos a medio camino entre la realidad y la ficción cinematográfica.
Su viuda, Constanze, que quería que el Réquiem fuese terminado, encargó a Franz Xaver Süssmayr, alumno de Mozart, que se ocupase de ello, después de que otro compositor, Joseph von Eybler, decidiera que la tarea estaba más allá de sus capacidades. Lo que probablemente nunca se sabrá es cuántos de los bocetos de Mozart, en las partes de la obra que no lleven su autógrafo, guiaron a Süssmayr, si bien este último afirmaba que el Sanctus, el Benedictus y el Agnus Dei eran completamente de su invención.
Luis Ángel Carrillo bordó un Mozart cargado de intención, transparencia, sensibilidad y genio. Con un lenguaje y gesto cargados de verdad, fuerza y naturalidad.
Pero el primer cum laude tiene que ser para Coral Discantus, que lleva años, décadas, conviviendo con el Réquiem de Mozart. Es difícil, quizá imposible, encontrar en España conjuntos corales de semejante calidad, ductilidad y disponibilidad para todo. Un orgullo para la cultura murciana y española.
El Réquiem es estremecedor. Y esperamos repetir.
Con Victoria González, soprano, Sol Sancho, mezzosoprano, Juan Ibernón, Tenor, Víctor del Castillo, bajo, y Carlos Rafael Pérez, órgano, todos ellos dirigidos por Ángel L. Carrillo